LAPA DESALIÑADA
Cuento
Odio cuando ríes. Ahora te sueltas en tu acto complaciente y disarmónico, ese espectáculo armado de gritos y carcajadas alborotadas. Odio cuando ríes, porque siempre me ha parecido falsa. Te veo doblarte sobre tu abdomen, como tus manos buscan el contacto entre los espectadores, mientras tu cabeza gira en todas direcciones a modo de que todos noten tu sonrisa. Pero no puedes esconder tus ojos… Esos ojos mantienen el tinte de dolor y vergüenza, escondidos tras las sombras del maquillaje. Esos ojos mienten y dan a conocer la mentira; al final es todo un acto, practicado y perfeccionado, con fines que todavía no logro determinar. No es que no tenga empatía. Una parte de mi siente vergüenza, y bajo esa misma vergüenza es que no puedo compartir lo que siento, pues reconozco que no existe una razón lógica para odiarlo tanto. Trato de convencerme, de ser receptivo ante algún pasado desconocido, pero mi tripa no me permite una aceptación de los razonamientos. Y así sigo odiando esa risa, y su amargor se pega en mi paladar. Tomo de mi vaso con más ganas, para pasar el sabor.
Te das el tiempo para mirarme; no permito que sea más de algunos segundos. A veces incluso una media sonrisa.
Siento que te he visto antes, pero no así. No con sonrisas ni riendo. No siendo social. Se me viene una idea a la cabeza. Es difícil ignorarla. En tus momentos de silencio, en la que tu rostro se hunde en la seriedad, marcando las sombras en tu piel blanca, escondido bajo el telón de tu pelo negro, siento que te he visto antes ¿Un encuentro de miradas? Y reconozco que me pude haber enamorado en algún lugar público, en el anonimato de la distancia de 2 asientos del metro, sin nunca hablar. Solo una mirada seria, de intriga, es suficiente como para armar una fantasía. Pero llegas aquí, hablas, ríes y no puedo dejar de sentir cierto desprecio.
La primera vez que llegaste, venías acompañando a Pablo. Tu cuerpo flaco se aferraba como una lapa desaliñada a sus enormes brazos. Él, siempre ruidoso, agradable, marcando su presencia con un cuerpo que atraía toda la atención bajo su órbita. Canchero, simpático y un borracho de esos profesionales que logran mantener siempre la compostura ¿Qué hacías tu ahí? En mi opinión, ser un parasito, alimentándose de las migas de atención que no cabían en su boca. Pero tenías una táctica clara. Y desde la seguridad que proporcionaba vivir bajo su sombra, fuiste el intelecto cautivador, la opinión de experto, que fue lentamente validando las personalidades de nuestro grupo. Eras una outsider, que parecía no compartir con las costumbres que teníamos instauradas, pero que lentamente ibas declarando como correcta. Yo no quise caer en tu juego, pero todo el resto te amo.
Desde hace un tiempo que vienes incluso sin el Pablo. Ya no eres un accesorio, has logrado superar su presencia. Sin él… Sin él logras explotar tu potencial; de cierta manera su paternalismo imponente encadena todavía tu actuar ¿Es juzgable? No. Él tuvo que haber sido temible en otra vida, un rey vikingo o algo de ese tipo. De cierta manera todos estamos bajo su sombra cuando se encuentra presente. Pero te prefiero así, con él, pues en tu timidez pareces más honesta.
Pero ahora viniste sola. Eliges la música y propones al pequeño grupo que se emborracha dentro del departamento que se suelte en la libertad juvenil que ya habíamos perdido. Yo no quiero bailar. Quiero tomar, drogarme y discutir mierda. Pero eso ya no es posible cuando tú estás. No me gusta esta música, o al menos siempre me he convencido de que no me gusta.
Te me acercas ahora. Bajo la presión de todos me levantas del sillón, saliendo de mi nube de mota. Me incomoda que me mires, dirijo la atención al resto mientras hago mi peor esfuerzo por moverme al ritmo.
- ¿Qué es ese baile, ridículo? – me dices
El ambiente se siente mareado, surreal. Las luces parecen quedar pegadas y deslizarse por el ambiente como pintura mojada. Mis palabras ya se tropiezan cuando tratan de salir de mis labios.
Ya somos una manga de estúpidos. También me río, pero no sé de qué.
- ¡Pongamos bachata! – Gritas
Puta la idea mala. Pero se acepta. Al parecer ahora nos gusta la bachata.
No puedo ni mantener el ritmo. Se ríen de mí. No me importa. Ya no quiero ni hablar, estoy completamente ensimismado.
Te acercas con un pucho en la boca. Me ofreces enseñarme. Quieres que siga tu cadera. Agarro tu pelvis huesuda. Por alguna razón te mueves bien. Aprieto un poco para no caerme y no parece molestarte. Veo unas miradas escrupulosas y me suelto, dando un par de vueltas y cayendo nuevamente en mi hoyo de copete y droga.
Me paro para irme, me despido de un grito y salgo por la puerta. En la escalera me alcanzas. Me dices que pidamos un Uber juntos. Ahora nos miramos mucho. Quiero volver a agarrar esa cintura huesuda, sentir como se mueve con la bachata, y lo hago. Me besas y metes tu lengua en mi boca, que sabe a trapo baboso con vino y tabaco. Pero estoy caliente. Ya no se desde cuando que no tiro y la vida me da una oportunidad. Estoy caliente y ya no me importa. No quiero ni pensarlo… Trato de decir algo, en honor a la amistad.
- Siempre te he tenido caleta de ganas – Me dices apoyada con todo tu peso en mí.
Llegamos al departamento. Te ofrezco un vaso de agua, pero tu estas empeñada en meter ese trapo de lengua dentro de mi boca. Quieres hacer un espectáculo, tratas de bailar, pero te caes mientras te sacas tu polera. Bailas sola con las tetas al aire. Y yo tirado en un sillón, mareado con el vómito en la garganta no sé qué hacer. Te acercas como si fueras actriz porno, pero el espectáculo es patético. Te sientas encima de mí, como para dominarme. Agarras mi pene y lo aprietas con fuerza. Yo chillo. Pero sigo caliente. Y trato de ponerme encima y meter mi mano esquivando tu calzón. Apenas logro sentir la humedad de tu carne, pero en ese momento te cierras como ostra. En pánico gritas y pataleas. Salgo de encima de ti. Ahora me encuentro a una esquina y tu llorando descontrolada a un extremo del sofá.
- ¡Tú no puedes hacer eso! ¡No te dejé que hicieras eso!
Yo trato de callarte, para no despertar a los vecinos. No sé que hice mal, pero en ese momento estoy asustado. No quieres calmarte.
- ¡No me toques, asqueroso!
Quiero arrancar, pero tengo miedo de las consecuencias ¿Y si habla, que dirá de mí? ¿Qué pensarán mis amigos? ¿Qué pensará el Pablo? Estoy tan nervioso que empiezo a tiritar.
- Abrázame, no me dejes sola.
Yo no lo puedo ni creer, me acerco lento y tu nuevamente te apoyas completamente en mí. Entre sollozos, tiritas, liberando mocos y lágrimas. Pero lentamente te calmas. Tu voz se vuelve chillona y demandante.
- Quiero algo dulce, tráeme helado o algo dulce.
- Que chucha, no sé si tenga helado.
- ¡Quiero algo dulce, tráeme algo dulce!
Te traigo un vaso de bebida tibia y unas barras de cereal. Las comes feliz y luego te sientas encima de mi pecho.
- Eres como tan retraído, me intriga tanto.
Trato de besarte y me das una cachetada.
- No, no. Niño malo. Ahora estas castigado.
Pero nuevamente me miras, con tu actitud infantil.
- Te gusto, cierto.
- Creo que sí.
Ríes y das vueltas, como jugando encima del sillón. Nuevamente gritas, no me haces caso cuando te pido que bajes el volumen. No entiendo nada de lo que pasa. Ya ni me siento caliente. Por alguna razón la mujer de 26 años, intelectual, se acaba de convertir en una niña malcriada. Te pregunto si quieres dormir.
- No ¡Yo mando! Tú no tienes derecho de tocarme, nadie puede tocarme. La cagaste. Ahora… ¡Abrázame, que tengo frío!
Eventualmente te quedas dormida. Yo me levanto en la mitad de la noche para vomitar.
Despierto solo. Doy vueltas en el sillón, confundido. Nuevamente me siento caliente y te busco. Luego recuerdo, me da vergüenza, luego miedo. No te encuentro.
Trato de tomar un café cargado, sin capacidad de meter más que un par de sorbos. Las náuseas y los nervios me tienen la boca del estómago cerrada. Veo mi teléfono cada 5 minutos. No sé qué esperar ¿Una llamada tuya? ¿Un mensaje del Pablo? No aguanto más. Te mando un mensaje. Nada. Me ducho y vuelvo. Todavía no respondes. Te llamo, me cortas. Llamo de nuevo, luego otra vez, pero el teléfono no alcanza ni a sonar un par de segundos.
Le vas a decir, sé que le vas a decir. Es tan injusto. Yo no hice nada. Fui caliente, de eso me culpo. Pero tú, tú hiciste todo… Todo eso para después mandarte un papelón ¡¿Quién entiende?! Te llamo de nuevo…
¿Ayer fue una trampa? ¿Querías ponerme en contra de mis amigos? Ya llevo 3 mensajes. Te exijo una explicación. Y la culpa… La culpa me come. La sola idea de tu diciéndole a Pablo, que fue mi culpa. Soy demasiado tímido como para andar perdiendo nuevos amigos ¡Te odio!
“No me llames más” es todo lo que te dignas a mandarme.
Me demoro en volver. Lento y tímido vuelvo con el grupo, después de un par de semanas. No sé si el ambiente está tenso, o soy yo quien sobrecarga el ambiente con mis propios nervios. Nadie me habla mucho, pero nunca me han hablado mucho tampoco. Pablo se me acerca.
- Tranquilo mi brother, que ya patié a esa loca.
Me tranquilizo. Siento que todo puede ser como antes. Pablo será un temible rey vikingo, pero al menos es uno piadoso.
Pero no me quito de la cabeza de verte de nuevo. No sé qué sentir. No es calentura, tampoco odio ¿Un punto intermedio? Tal vez la necesidad de un cierre.
Me parece verte un día, en el metro, a un par de asientos. Tu rostro se hunde en la seriedad, marcando las sombras en tu piel blanca, escondido bajo el telón de tu pelo negro. Llevas la marca de tu insolencia pintada en el reborde de tu ojo derecho. Te aferras al brazo de un tipo, como una lapa desaliñada. Mi corazón late descontrolado, tiemblan mis piernas y deseo que me des una mirada. Pero tus ojos serios y tristes están fijos en el infinito, tal como me gustan.
